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Así fue la matanza de los 34 reos de la Cárcel de Turi

El martes 23 de febrero del 2021 quedó escrito como la peor masacre carcelaria de la historia del Ecuador y lo que se vivió en el Centro de Rehabilitación Social Turi (CRS-Turi) de Cuenca fue lo más cruel, una especie de campo de exterminio. Así se refieren las autoridades azuayas al múltiple asesinato. 

Quienes permanecen dentro de la prisión dicen que esa mañana había una aparente normalidad. Antes de las 09:00, los 2 670 reos ya habían desayunado. Testigos dicen que los 52 presos de alta peligrosidad del pabellón Tomebamba –de máxima seguridad- estaban encerrados en sus celdas.

Unos 380 internos de otros pabellones se dirigían a las aulas para recibir las clases virtuales y los talleres de carpintería y metalmecánica. Un guía cuenta que ese momento fue aprovechado por unos 600 internos de las áreas de mínima y mediana seguridad para irse por encima de los estudiantes y apropiarse de los talleres. 

Rompieron puerta y candados. “No había nada ni nadie que los pare. Eso lo habían planificado”, dice el guía. En los talleres se apropiaron de una amoladora y armas artesanales como cuchillos, cinceles, destornilladores, tijeras, fierros, latas, palos… todo lo que estuvo al alcance. 

Algunos tenían armas de fuego. Los celadores dicen que la turba –en estampida- se dirigió al pabellón Tomebamba. Cuentan que los gritos, insultos, golpeteo de puertas y disparos se escuchaban a distancia. “Adentro, en la cárcel, teníamos más de 100 civiles en riesgo (visitas familiares, médicos, personal de cocina y de almacenes) y la prioridad era evacuar a ellos”, dijo Rómulo Montalvo, director del CRS-Turi. 

Los presos del pabellón Tomebamba se vieron acorralados y pedían auxilio. Otros testigos cuentan que la mayoría de ellos disponían de celulares y casi todos llamaron a sus familiares para alertarles de lo que estaba ocurriendo, para que llamen a la Policía o para despedirse. “Ayuden, corten la luz, por favor, corten la luz, deténganlos”, eran las frases que se escuchaban casi al unísono en ese pabellón. 

Una mujer que visitaba a su esposo prisionero cuenta estos detalles. “Eran gritos desesperados mientras la amoladora eléctrica rompía las puertas de las celdas”, dice la esposa de Henry, otro interno. Cuenta que le llamó desesperado. “Me dijo flaca nos vienen a matar, llama al 911”. “Desde tan lejos (Los Ríos), tampoco pude ayudar a mi hijo”, se lamenta la madre de José. “Adentro era una guerra sangrienta. A unos les dispararon. Otros eran golpeados y apuñalados. Luego los decapitaron, desmembraron, quemaron y uno apareció ahorcado”, dicen. 18 reos fueron decapitados. 

El pabellón Tomebamba se convirtió en la escena de los crímenes. “Había sangre y restos en las paredes, camas y piso. Los cuerpos eran amontonados uno encima de otro. Las cabezas y cuerpos estaban regados por todos lados y les prendían fuego”, aseguran quienes vieron las escenas. Los testigos indican que mientras los presos continuaban desmembrando los cuerpos en esa área, otros se habían tomado la azotea, gritaban y controlaban el amotinamiento generalizado. 

En el pabellón Tomebamba un grupo de atacantes se había ensañado contra alias Fito, un homónimo del jefe de Los Choneros. Con la amoladora desmembraron su cuerpo en más de 20 partes, tal como habría matado a varios jóvenes hace nueve años en Guayaquil, incluido a su madre, según las investigaciones y testimonios de conocidos. Alias Fito estaba sentenciado a 25 años y llevaba nueve en prisión. Los agentes dicen que Fito era el supuesto líder de la secta satánica Uñas Negras, que mataba y hacía ritos diabólicos con sus cuerpos. En enero del 2012, cuando fue detenido había confesado que su meta era asesinar y desmembrar a 200. “A Fito lo hicieron picadillo”, dice la esposa de otro de los fallecidos. Los restos de Fito fueron llevados por su hermana a Babahoyo. 

Los internos indican que estaban cansados de las extorsiones, violencia y secuestros de Fito y de sus compañeros del pabellón Tomebamba. “Tenían secuestrados a 15 compañeros bajo esas prácticas. Estábamos agotados y actuamos de esa forma para recuperar la paz y la convivencia pacífica”, cuenta un reo corpulento y de barba. En una celda del tercer piso, se encontraba un muchacho al que le decían Marino. Según cuentan en la cárcel, él extorsionaba a otros internos. La gente se activó y querían matarlo. Dicen que él también disparó, porque estaba armado. Para entrar, los que atacaban lanzaron una granada. En la cárcel cuentan que uno de sus escoltas se lanzó y murió por la detonación. Marino quedó herido, pero lo sacaron de la celda y lo degollaron. Testigos indican que otro muchacho amarró tres toallas y bajó hacia el patio para intentar huir. Ahí lo cogieron, lo mataron a golpes de palos y con puñales. Ese caso se publicó en los videos que circularon en redes sociales.